Cuenta la leyenda que corriendo el S.XU un ser llamado Ifcrome devoraba ayudado de sus grandes garras a cualquier persona que su territoria osase invadir, protegiendo un tesoro en el corazón de la montaña más alta de la isla donde él solo vivía.
Vigilaba noche y día un cofre cuyo contenido solo dos hombres pudieron adivinar y su paradero se desconoce aún, hay lenguas que hablan sobre que su descubrimiento les proporcionó tanto dinero que no necesitaron volver a su tierra natal, otras, sin embargo, dicen lo que yo voy a contar.
sábado, 16 de julio de 2011
domingo, 10 de abril de 2011
No hay bien que por mal no venga.
Era de noche, una patera a lo lejos se acercaba hacia la costa.
La desesperación de los inmigrantes se notaba en las fracciones de sus caras marchitadas por el dolor.
El frio y las olas azotaban contra la pequeña barca tripulada por tres mujeres, cinco niños y un remero, los demás tripulantes yacían muertos al lado de sus familias impregnando todo de dolor y sufrimiento.
Las mujeres animaban al remero para que consiguiese llegar a tierra, se podía ver el faro a lo lejos.
Tras unas horas más de melancolía y miedo consiguieron llegar a tierra cayendo medio muertos a la arena, Mhanda abrió los ojos y lo único que podía ver eran destellos de luces y gente hablar en un idioma que desconocía. Parecían estresados: corrían de un lado a otro pronunciando demasiado rápido como para que Mhanda pudiera al menos entender lo que ocurría.
Las voces se fueron apagando hasta que un agujero negro sumergió sus pensamientos, dos horas después Mhanda abrió los ojos, estaba tumbada en una cama arropada con una simple bata.
La puerta de la habitación se abrió mostrando una silueta blanca que la miraba fijamente.
- ¡Por fin has despertado! ¿Cómo te encuentras?
Mhanda miró al doctor con intriga.
- ¿Quién eres? – Susurró en su idioma a la vez que su mirada pasaba de ser curiosa a aterrorizada.
- Comprendo, no me entiendes, ¿eh? – El doctor se acercó hasta una silla y tomó asiento mirando a la paciente. En ese momento una enfermera abrió la puerta y miró al doctor.
- Ha tenido mucha suerte, muy pocos han sobrevivido al naufragio.
- Y los jóvenes, ¿han sobrevivido?
La enfermera hizo una mueca y tras un leve silencio contestó.
- Solo uno, los demás venían enfermos.
El doctor miró al suelo y luego a Mhanda intentando mostrarle su dolor con la mirada pero esta solo le miraba con los mismo ojos de intriga.
La enfermera volvió a salir por la puerta dejando a solas al doctor y a Mhanda, que hizo un intento de cerrar los ojos para dormir y olvidar el dolor que sentía en la espalda, brazos y cuello.
La puerta se volvió a abrir pero ahora la enfermera venía sin expresión en la cara y una bandeja con la comida.
- Debe comer.
Dejó la bandeja en los brazos del doctor y salió de la habitación. Este miró a Mhanda y le ofreció la primera cucharada. Ella abrió los ojos mirando el cubierto y abrió levemente la boca dejando que el doctor introdujese la comida y la animase a masticar. Tenía que beber con pajita pues el dolor del cuello le impedía moverlo.
Después de un rato terminó de comer, miró al doctor ofreciéndole la mano como agradecimiento.
Mhanda comenzó a toser desesperadamente el doctor miró a un lado y a otro asustado, picó el botón innumerables veces hasta que una enfermera apareció corriendo.
- ¿Qué ocurre doctor Sweeter? - se apresuró a preguntar la señorita.
- ¡Necesitamos una revisión urgente, no sé lo que le puede estar ocurriendo! - gritó el doctor mientras investigaba a Mhanda que no paraba de toser.
Una camilla apareció dirigida por tres enfermeros, la trasladaron y corrieron sin mirar atrás. Sweeter paralizado se quedó sentado en la camilla mirando como desaparecía su paciente.
Al cabo de tres horas volvió a aparecer la misma camilla con ella tumbada durmiendo, Sweeter se levantó mirando profundamente a los enfermeros.
- ¿Cómo está?
- Ha salido todo genial, estate tranquilo todo va a salir bien. - el enfermero colocó su mano en el hombro del doctor.
- ¿No me habéis necesitado?
- Tranquilo, está todo bien, solo necesita descansar.
El doctor asintió y se volvió a sentar en la misma silla. En la tele se podía ver un programa de risa, Sweeter apagó la televisión pidiendo perdón a los compañeros de habitación.
El doctor salió de la habitación para dejarla descansar toda la noche.
Al día siguiente Sweeter fue a verla a primera hora de la mañana y Mhanda tenía mejor aspecto. La ayudó a levantarse para que fuese al cuarto de baño, la sentó en la silla para que comiese y a la hora de dormir le puso un calmante para que descansara tranquilamente toda la noche.
Durante los días Mhanda se recuperaba favorable y rápidamente, Sweeter le aconsejó que pasease por la habitación y el pasillo. Sweeter se sentía orgulloso del resultado que estaba consiguiendo con su paciente.
Puesto que Mhanda ya estaba casi recuperada Sweeter se tomó un día de descanso para despejarse.
Llegó a su casa de madrugada y fue directamente a la cama. Al levantarse, lo primero que hizo fue llamar al hospital y preguntar por su paciente a lo que le contestaron que estaba realmente bien, que ya podía caminar y comer sin ayuda.
Despreocupado el doctor salió a hacer la compra, pasear, tomar un café puesto que no sabía cuál sería su próximo día de descanso.
Al llegar a su casa preparó la comida y puso una película mientras almorzaba, cuando estaba relajado sonó el teléfono.
- Doctor Sweeter ha habido un problema.
- ¿Qué ha ocurrido?
- Es Mhanda. - el enfermero bajó la voz.
Sweeter nervioso preguntó.
- ¿Está bien?
- Lo siento doctor… ha entrado en parada - dijo con un hilo de voz.
- ¿No estaba bien?
- No sabemos porque ha sucedido.
- En cinco minutos estoy allí.
Desesperado salió de su casa, cogió el coche y se dirigió al hospital.
Una vez allí el doctor corrió a la habitación de Mhanda que rodeada de médicos estaba enchufada a demasiados cables.
- ¡Abrid paso! - Sweeter asustado apartaba a los médicos para llegar hasta ella.
Se acercó a ella e intentó reanimarla sin éxito. Un médico le alejó de ella y comenzó a tranquilizarle.
Mirándola fijamente Sweeter soltó unas lágrimas y se derrumbó cayendo sobre los brazos de los médicos.
Unas horas más tarde despertó en una camilla y se levantó rápido para volver a visitar a Mhanda, en el camino se cruzó con un enfermero.
- ¿Cómo está? - le preguntó.
- Ha entrado en coma.
Sweeter corrió hasta la habitación. Allí la mujer dormía en un sueño profundo.
Pasados unos meses el doctor fue a verla como de costumbre para revisarla, una vez allí la exploró y observó detenidamente. Al terminar él le agarró la mano mirándola mientras dos lágrimas recorrían sus mejillas.
Al salir de la habitación miró hacia atrás y cabizbajo cruzó la puerta. Mientras andaba por el pasillo un pitido detuvo sus pensamientos. Sweeter se giró y corrió hacia la habitación donde encontró que en la máquina había algo diferente.
El doctor pronunció lentamente su nombre mientras miraba sus ojos cerrados. Desilusionado se giró y volvió a caminar, una voz tenue pronunció su nombre entrecortadamente, era Abdel, el joven que sobrevivió al naufragio, que al ver a Mhanda se quedó paralizado. Se acercó a la camilla y le dio un fugaz beso en la frente.
El doctor le preguntó a Abdel que como se encontraba, a lo que el niño simplemente lo miró desconsolado. En ese momento, Mhanda en un esfuerzo de salir de ese túnel en el que se encontraba, movió un dedo. Sweeter y Abdel se miraron emocionados mientras se acercaban a la camilla. Por fin reaccionaba.
Los médicos tras varios días de observación le empezaron a quitar máquinas, y ella reaccionaba bien. Poco a poco ella fue teniendo más movilidad, hasta que al fin abrió los ojos.
- ¿Qué ha pasado? - Preguntó Mhanda en su idioma.
- Has estado en coma durante unos días, pero ahora todo va bien.
- ¡Abdel! Pensaa que estaba muerto.
- Tranquila, necesitas descansar.
Al cabo de un par de meses, les dieron el alta, pero se encontraban sin vivienda, y el doctor Sweeter no quería arriesgarse a dejarles solos puesto que lo que estaba sintiendo por aquellas personas era diferente a lo que había sentido por otros pacientes, así que se fueron a su casa.
Mhanda se sentía incomoda con aquella situación, pero el doctor no le daba elección.
De esto han pasado diez años, Mhanda y yo seguimos viviendo con el doctor Sweeter, nosotros estudiamos Español durante cinco años. Ahora están felizmente casados.
Esta es la historia de cómo se conocieron mis padres adoptivos que me enseñaron que todo esfuerzo tiene su fin y que cuando algo malo te pasa, algo bueno te compensa.
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